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Muerte en la frontera de la "aldea global"

Marcelo Pitarque

Alan Kurdi, el horror y la miseria humana

El 2 de Septiembre del 2015 se tomó una de las fotografías más trágicas de la historia; un niño muerto sobre la arena de una playa turca, su nombre era Alan Kurdi. 

Nilüfer Demir

La familia Kurdi era de Kobane, ciudad kurda del norte de Siria la que fue uno de los sitios más devastados por la guerra, los ataques continuos de Estado Islámico obligaron a la familia a cruzar la frontera turca e instalarse por tres años a la espera de trámites migratorios que nunca prosperaron, la idea era poder llegar a Europa trasladándose a la Isla griega de Kos.  Viendo que la única forma de llegar a Europa sería por su cuenta, contrataron una embarcación ilegal, un bote inflable, pero el viaje terminó en tragedia, el bote se hundió al poco tiempo de zarpar.  El único sobreviviente fue Abdullah, el padre de la familia y murieron su esposa y sus dos hijos ahogados, uno de ellos Alan, fue arrastrado por la corriente y depositado en una playa turca.

La imagen fue registrada por una fotógrafa turca Nilüfer Demir y fue inmediatamente primera plana de todos los portales de noticias alrededor del mundo golpeando duramente la conciencia de millones de personas y poniendo la crisis de los refugiados en el centro del debate político.

Desde las redes sociales la foto fue parte de apropiaciones de lo más variadas, el horror de la guerra sensibilizó de manera inmediata a personas de todo el planeta independientemente de religiones e ideologías políticas y las representaciones inundaron la web por muchos días.  Pero los días y los años pasaron y Alan Kurdi hoy ya no es noticia.

La crisis humanitaria siria, los millones de migrantes hacinados en Turquía, en Islas Griegas, en diferentes ciudades del sur de Europa esperando por decisiones políticas que no llegan es solo comparable a los procesos migratorios como consecuencia de la II guerra mundial y las reuniones de los más poderosos líderes políticos del planeta no pueden dar una solución al problema.

La foto de Alan Kurdi nos puso en un doloroso lugar como seres humanos, nos mostró que somos miserables, que la economía global no tiene lugar para los desplazados de una guerra devastadora, y que las decisiones políticas que se están tomando al respecto desde todos los rincones del mundo incluso desde países que han atravesado históricamente por guerras y por migraciones tan o más sangrientas que esta son inexistentes.

El  registro del dolor a lo largo de la historia o por lo menos desde la aparición de la fotografía en 1839 nos revela una larga y penosa iconografía de guerra y sufrimiento, muchas de ellas de dudosa factura, pero claramente fueron y son imágenes que sacudieron las conciencias de la humanidad.  La lista es muy larga como así también variados los contextos ; desde Roger Fenton con sus fotografías de la guerra de Crimea como “El valle de la sombra de la muerte” de 1855, Mathew Brady y todo su trabajo sobre la guerra de secesión en Estados Unidos, fotografías tomadas en su mayoría por Alexander Gardner o Timothy O´Sullivan como “soldados muertos”, la famosa “muerte de un soldado republicano” de Robert Capa, el “Levantamiento de la bandera estadounidense en IwoJima” de Joe Rosenthal de 1945, los “soldados rusos enarbolando la bandera roja sobre el Reichstag mientras Berlin arde” de Yeugeny Khaldei de 1945, “los niños corriendo por los bombardeos con napalm estadounidense” de  Huynh Cong Ut  de 1972, hasta el “jefe de la policía nacional de Vietnam del Sur disparando a un sospechoso del Vietcong” de Eddie Adams (1968) y esta lista lamentablemente podría seguir…

Todas estas fotografías tienen en común el horror de la guerra y el haberse convertido en relato de lo cruel que en determinado momento puede ser la humanidad toda.  Pero una gran diferencia separa a todas estas imágenes de la foto de Alan Kurdi en la playa, históricamente las fotografías de guerra circulaban en periódicos o en revistas que proponían cobertura de los eventos, pero en muchos casos llegaron a ojos de los espectadores con el paso del tiempo.  Tal vez tengamos que plantear la salvedad de la cobertura televisiva de la guerra de Vietnam que mostró el horror de la guerra en todas las televisiones del mundo prácticamente en vivo, hoy eso ya dejó de ocurrir, toda esa información se mide y controla desde los espacios de poder, las guerras modernas solo muestran animales empetrolados como fue en la guerra del golfo a modo de resumen de toda la operación. Hoy la circulación de las imágenes es distinta, internet y las redes sociales modificaron diametralmente la forma de recepción y la forma en que el receptor se apropia del contenido y de los eventos para participar y opinar.

La fotografía de Alan Kurdi fue publicada y republicada sin límite durante muchos días por diferentes personas que se hicieron eco alrededor del mundo y muchos artistas visuales se apropiaron de la imagen para convertirla en grafitis, pinturas, collages, montajes, objetos, etc. 

Todos nos sensibilizamos profundamente con esta foto, pero el tiempo pasó y la suerte de la foto del pequeño Alan pasó a formar parte de la historia en un muro de Facebook para convertirse en una foto mas dentro de la poderosa maraña de imágenes que conforman nuestra amnésica historia visual.  La conmoción inicial provocada por la imagen parece haberse disipado y los motivos pueden ser muchos, pero uno de ellos es la forma en que hoy circulan las imágenes, proponiendo una mirada poco contemplativa, de la misma forma en que aparecen vuelven a desaparecer sin dejar rastro. 

¿La conmoción provocada por una fotografía tiene un plazo limitado?¿Puede volverse corriente? ¿O puede desaparecer? O ¿es posible habituarse al horror? Lo cierto es que el gran flujo de imágenes que hoy se producen y se publican a través de internet puede tener como consecuencia su  pronta desaparición, de la misma manera puede desaparecer una selfie insignificante como la imagen de un niño muerto en una playa.  Si pensamos en las imágenes como una invitación a prestar atención, a reflexionar, a aprender, a examinar, el modo de circulación evidentemente no es el más propicio ya que su desvanecimiento está prácticamente garantizado.  O tal vez sea que decidimos cerrar nuestros ojos o apagar nuestras computadoras y teléfonos celulares ya que recordar a todo momento nos angustia. 

Claramente el contexto influye considerablemente, el lugar en el que se ofrece hoy una  fotografía de manera on line no parece ser suficiente, tal vez necesitemos que se ponga en funcionamiento otro tipo de contexto, otro “marco”, probablemente institucional. ¿Cómo funcionaría en un museo?

El museo   Thyssen-Bornemisza de Madrid en el año 2015 presentó en una de sus salas más importantes una muestra de todos los vestidos confeccionados por Hubert de Givenchy para ricos y famosos como los vestidos utilizados a lo largo de su carrera por Audrey Hepburn.  ¿Sería este un espacio más contemplativo y de recogimiento para la foto de Alan?  La comparación es claramente obscena, pero ¿cómo se organiza nuestra memoria entonces? Pienso en las “sublevaciones” de Georges Didi-Huberman.

Dentro de la larga lista de artistas visuales que se apropiaron de la imagen de Alan, un caso fue notable y su mentor fue el artista disidente chino Ai Weiwei.  El artista viene trabajando con el tema de los refugiados sirios desde hace muchos años.  En una entrevista que le estaban realizando en las costas turcas de Lesbos decidió posar de la misma manera en que fue encontrado sin vida el pequeño Alan recostado de espaldas en la playa.  La foto fue realizada por Rohit Chawla para una edición de uno de los noticieros más grandes de la India.  La imagen rápidamente se volvió viral en las redes sociales a un año de la muerte de Alan cuando ya nadie se acordaba de la tragedia.

Si tomamos en forma aislada esta fotografía tal vez nos resulte un tanto grotesca o liviana, es más muchas personas se sintieron ofendidas por el tratamiento que  Weiwei le dio, pero salvando las distancias si el objetivo era “recuperar la memoria” de lo ocurrido en esas playas claramente fue cumplido.

La obra de Ai WeiWei recorre el mundo todo el tiempo, es un artista que cotiza sus obras en millones de dólares, en nuestro país pudo verse una retrospectiva de su obra en Fundación Proa en el año 2018, una de las obras presentadas era “Ley de viaje” la que consistía en una enorme balsa negra e inflable repleta de personas sin rostro, invitándonos a preguntar, mirar y reflexionar.  De la misma manera en el año 2017 en Florencia en ocasión de otra de sus muestras en el Palazzo Strozzi cubrió toda la fachada del edificio con balsas salvavidas anaranjadas modificando la arquitectura del emblemático edificio e interviniendo el espacio con una impronta que muy difícilmente haya pasado desapercibida tanto para los que visitamos museos como para los que no.

Pero no siempre la recepción de una obra es contemplada llanamente y de igual manera  por todos, ni tampoco la forma de enunciar o de producir de los artistas corren con el mismo impacto o se producen con la misma nobleza;

 

“Llueve en Idomenei.  La gente quiere huir, encontrar un refugio, pero no puede.  El cielo está muy cargado sobre sus cabezas, los pies se les hunden en el barro, las alambradas les rasguñan las manos si osaran acercarse a la frontera.  El cielo está pesado sobre sus cabezas, pero se perfectamente que hay un único cielo sobre la tierra: estamos pues, en contacto inmediato con su destino.    Desgraciadamente no es la presencia de Ai Weiwei en Idomenei , con su piano blanco y su equipo de fotógrafos especializados , lo que ayudará a nadie ni a nada, los refugiados se mostraron completamente indiferentes a esta performance, tienen la cabeza en otra cosa, esperan cosas muy distintas ante esta cuestión enorme.  Veo ese piano blanco, surrealista en medio del terreno desnudo del campo, como el símbolo irrisorio de nuestras buenas conciencias artísticas: blanco como las paredes de una galería de arte, todo lo que hace es evocar el contraste porque, con el corazón en un puño, observamos en Idomenei o donde sea, el peso de los tiempos oscuros sobre la vida contemporánea”.[1]

 

El comentario de Didi-Huberman hace referencia a una performance grabada en video en el campo de refugiados de Idomenei (frontera entre Grecia y Macedonia) donde Weiwei invita a tocar un piano blanco a una niña siria en medio de una situación más que inhumana para todas las personas hacinadas en  ese campamento.

Hace dos años se estrenó una película documental dirigida por el artista; “Marea Humana”, donde no solamente se ocupa de mostrar el problema de los refugiados sirios sino que decide encararlo de manera global mostrando diferentes campos de refugiados alrededor de 23 países desde el desierto de Irak hasta la selva de Bangladesh.  La película fue generosamente recibida en diferentes ámbitos pero esta mirada no conformó a todos.  Lo que se criticó contundentemente en este caso es si el gesto es moral o no, lo que nos lleva a pensar en ¿cómo se articula o como se tiene que articular en este caso el enfoque estético, la visión epistémica y la relación ética con el tema?  ¿Sirve de algo mostrar largas filas de inmigrantes caminando a la deriva filmado desde las alturas con drones?  La visión desde arriba y a lo lejos poco aporta a la humanización del problema de los refugiados que desde hace años reclaman un trato de iguales.

Generalmente ubicamos a los artistas en un lugar muy delicado y complejo y lo que esperamos de ellos no siempre coincide políticamente con nuestras expectativas ¿Puede esto tener que ver con que el artista mueva importantes cantidades de dinero para cada una de sus presentaciones? ¿El lugar que ocupa Weiwei dentro del mercado del arte le resta autoridad para tratar un tema tan delicado como este?,  muchas veces desde el lugar que se evoca y se exhibe pareciera ser el de un compromiso dudoso con los derechos humanos de los refugiados.  

También podríamos pensar por ejemplo que Pablo Picasso no fue a Guernica a pintar lo que es hoy una de las pinturas más emblemáticas de la historia del arte, pero a nadie o a pocos se le ocurre discutirla y su lugar en el museo Reina Sofía es incuestionable. 

“Los refugiados, tanto hoy como ayer, necesitan mucho más que una simple beneficencia o benevolencia. La benevolencia de acogerlos en Europa, ni que decir tiene, no les aporta más que ventajas. A menudo es una benevolencia bajo condiciones, las cuales sugieren que tras ellas se camufla una voluntad de vigilancia y de rechazo. Por tanto, la forma benevolente adoptada por Ai Weiwei en contrapunto a sus imágenes de vigilancia capturadas por los drones solo hace que reforzar la mirada desde arriba que inmoviliza a los refugiados en el impasse político. Pero los refugiados no necesitan que les demos la vuelta a las brochetas de carne, que les acerquemos el cubo para vomitar o que finjamos que les regalamos un estudio de artista en Berlín. Reclaman simplemente que les miremos como a iguales, es decir, tener un estatus cívico y jurídico que los principios generales de nuestras democracias escribieron un día en piedra, pero solo en piedra. Una obra de arte que afronte esta cuestión no debería ser una obra de beneficencia: debería intentar acusar, hurgar, meter el dedo públicamente en esta llaga de la historia. Comportarse, en definitiva, de forma crítica”.[2]

Es muy difícil que las imágenes que transitan lo doloroso, que nos muestran una cara de la humanidad que es muy difícil de ver porque todos somos y formamos parte de la humanidad y de alguna manera nos convocan a hacer algo o a seguir siendo observadores pasivos.  De una u otra manera no nos conforman. Algo similar ocurrió con las fotografías de Sebastian Salgado el que también se ocupó oportunamente de las “Migraciones”,  sus imágenes bellas, exquisitas, muchas veces terminaban borrando la referencia y solo quedaba la apariencia bella, lo pregnante pasaba  contundentemente por la forma y no tanto por el contenido, independientemente de la nobleza del trabajo del autor.  Susan Sontag se ocupó del tema hablando justamente de este trabajo, de sus grandes y espectaculares fotos donde los protagonistas se convierten en indefensos reducidos a su indefensión, sin que se mencionen al pie.

“Un retrato que se niega a nombrar al sujeto se convierte en cómplice, concederle el nombre solo a los famosos degrada a los demás a las instancias representativas de su ocupación, de su etnicidad, de su apremio”. [3]

Independientemente de las apreciaciones de Sontag, Sebastian Salgado nunca nombró a las personas que aparecen en sus fotos, de la misma manera que nunca fotografió famosos.

Todo esto pone en evidencia que la tarea interpretativa de las imágenes corre por nuestra cuenta y termina con la comprensión y asimilación del conflicto planteado en la obra de acuerdo a nuestra subjetividad la que puede tener que ver con las intenciones del autor o con el análisis  de los pensadores contemporáneos o no.  Claramente los espacios de reflexión tenemos que construirlos, no basta con la publicación en las redes sociales o con la exhibición en un museo, como asi también la circulación de las imágenes y su discurso merecen ser contextualizados y así generar marcos de aprendizaje teniendo en cuenta los pensamientos de los filósofos como aportes significativos a la hora de elaborar un concepto y que esto se traduzca en aprendizaje significativo.

El problema de los refugiados no se va a solucionar cerrando las puertas como está ocurriendo hoy, estas puertas no hacen nada para debilitar las fuerzas que causan el desplazamiento de miles de personas, solamente mantienen el problema alejado, pero no pueden hacerlo desaparecer.  En estos lugares de transito “permanente” es donde muchas personas están trabajando para poder mostrarnos desde el arte que es lo que ocurre con los refugiados, nosotros las recibimos y las consumimos puertas adentro en la comodidad de nuestras casas, tal vez sea hora de empezar a ver con una mirada de compromiso y reclamar lo mismo desde los lugares de producción y circulación de imágenes. 

“Kant observó que el planeta que habitamos es una esfera, y dirigió su pensamiento hacia las implicancias de ese hecho considerado tan banal.  Y las implicancias que investigó fueron que todos debemos permanecer y movernos en la superficie de esa esfera sin tener ningún otro lugar adonde ir, y que por ende estamos destinados a vivir para siempre en mutua vecindad y compañía.  De modo que “la perfecta unificación de la especie humana a partir de la ciudadanía común”, es el destino que la Naturaleza ha elegido para nosotros, el último horizonte de nuestra historia universal que, originado y conducido por la razón y el instinto de conservación, estamos destinados a perseguir y con el tiempo alcanzar.  Esto es lo que Kant descubrió, pero le llevó al mundo dos siglos más descubrir cuán acertado estaba. 

Tarde o temprano, advirtió Kant, no habrá más espacio vacío en el que aquellos de nosotros encuentran los lugares ya poblados demasiado atestados o poco acogedores puedan aventurarse.  De modo que la naturaleza nos ordena considerar la hospitalidad (recíproca) como el precepto supremo que debemos abrazar, y eventualmente abrazaremos, para buscar un fin a la larga cadena de ensayos y errores, a las catástrofes que los errores causaron y a las ruinas que esas catástrofes dejaron.  Como observaría Jacques Derrida dos siglos después, las propuestas de Kant desenmascaran el carácter meramente tautológico de términos de moda en los últimos tiempos, como la cultura de la hospitalidad o la ética de la hospitalidad. 

En efecto, si la ética, como quería Kant, es obra de la razón, entonces la hospitalidad es, debe ser o será tarde o temprano la primera regla de conducta de una humanidad guiada por la ética. 

Sin embargo el mundo poco se percató de ello; al parecer, el mundo prefiere honrar a sus filósofos con placas conmemorativas más que escuchándolos, y menos aun siguiendo su consejo”.[4] 

 Ai Weiwei por Rohit Chawla

[1]Didi-Huberman Georges, “La pesadez de los tiempos” en Sublevaciones, Buenos Aires, Editorial de la Universidad Nacional de Tres de Febrero, 2017, p. 20

[2]Didi-Huberman Georges, “Visión desde las alturas” en Barcelona Metrópolis revista on line, Ayuntamiento de Barcelona,  Nro 110, Enero 2019

https://www.barcelona.cat/metropolis/es/contenidos/vision-desde-las-alturas

[3]SontagSusan, en Ante el dolor de los demás, Capitulo 5, Barcelona, PenguinRandomHouse Grupo editorial, 2016, p. 70

[4]BaumanZygmunt, “Política global, Vivir y morir en la frontera planetaria”, en La sociedad sitiada, Buenos Aires, Fondo de cultura económica, 2005, p.137-138.

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